Los Vientos

Los vientos purifican la ansiedad del mundo. Se mueven en la dimensión de los horizontes. Son azules como los espejismos del cielo y asumen el verde palpitar de las altas montañas, recorren con sus dedos ingrávidos la piel de los grandes océanos, se disfrazan de nieblas y de espumas y se asoman al corazón de los hombres navegando en el tranquilo fluir de sus arterias. Se alimentan de este modo de su principio generador de energía, es decir, los sueños humanos.

En realidad los vientos son los sueños de los hombres que recorren el dilatado espacio de la vida adentrándose en la geografía de los heroísmos y de las soledades, de las terribles cobardías y de la profundidad del amor y en sus largos recorridos por tierras inhóspitas se alumbran sobre todo con la luz de la esperanza sorteando los pétalos desgarrados de las estrellas.

Desde la atalaya de mi palacio de los vientos se puede observar el bien y el mal, la alegría de vivir y el dolor del universo. En realidad en lo alto de mi palacio ondea siempre una bandera blanca que en el fondo no deja de ser un punto de referencia para los pájaros y para los hombres.

Y de todo esto vamos a conversar en este blog.

25 de agosto de 2011

VIENTOS DE ESPERANZA RECORREN EL MUNDO

           Las nuevas generaciones han crecido imparables, arrolladoras, con la bandera de sus pocos años ondeando al viento mientras el mundo les contempla con desconcertante asombro. Son los dueños del futuro y han recorrido todos los caminos de la tierra en una bulliciosa y alegre manifestación de libertad. Frente al desaliento y el desencanto de sus mayores, tantas veces prisioneros en sus limitados recintos interiores, estos muchachos que peregrinan por la vida han sabido transmitir a los cuatro vientos, transformado ya en un lugar emblemático  que pasará a la historia, la frescura de su corazón.
            Ellos no están de acuerdo con la sociedad que han heredado de sus padres pero sin embargo no se indignan, no queman coches, ni edificios, no intentan encontrar en la violencia la solución de sus terribles vacíos. Simplemente se ponen en marcha y recorren pacíficamente  miles de kilómetros en busca de la verdad. Todos ellos necesitan asomarse a ese abismo de luz, como el escritor judío Franz Kafka transformado en la voz dramática del siglo XX, definía a Jesucristo. Han estado muy cerca del sol y de la lluvia, han permanecido días durmiendo al raso, muchos de ellos han pasado hambre y sed como aquellas muchedumbres que seguían al Maestro durante días. Solo que entonces se trataba de cinco mil personas y ahora se han multiplicado en varios millones. No les ha importado en absoluto ni el cansancio ni el esfuerzo. Se han ayudado unos a otros como podían, convirtiéndose en improvisados  voluntarios y dando una impagable lección de generosidad junto a los 22.500 jóvenes de distintos países que se ofrecieron durante meses a la organización, entregándoles lo mejor que tenían, su tiempo, su esfuerzo y su desbordante cordialidad. No dejaba de resultar gracioso contemplar, pocas horas antes de que finalizaran la JMJ, la imagen de algunos de estos muchachos completamente dormidos buscando el apoyo solidario de los árboles después de muchas noches de duro trabajo.
          Benedicto XVI no ha rebajado en ningún momento el mensaje exigente de las palabras de Cristo para acercarse a sus jóvenes oyentes. Al contrario, ha insistido una y otra vez que su seguimiento plantea un compromiso radical, lleno de fuerza y de vida, basado en la alegría, una alegría que constituye la expresión más íntima y conmovedora del amor.  En este sentido no ha dejado de explicarles que “precisamente ahora que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida”.
          El Santo Padre es consciente de las dificultades con las que se van a encontrar  muchos de estos chicos cuando lleguen  a sus propios países, como es el caso de los varios centenares de chinos que han asistido a estas jornadas sin que se haga público en ningún momento su nombre para evitar problemas a su regreso. Por lo tanto les recomienda “que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.
               Les recuerda que Dios tiene un proyecto de vida para cada ser humano y que a muchos de ellos les conducirá hacia el matrimonio. “Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y la bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial”.
          En Cuatro Vientos y ante millares de jóvenes que componían en la dimensión de aquella dilatada llanura la percepción de un mar intensamente  humano, Benedicto XVI resaltó con gran fuerza el papel de la Iglesia señalando que “no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como “su” Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo”.  En este sentido también quiso destacar que “no se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir “por su cuenta” o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”.
          Todos nos necesitamos unos a otros, todos nos sostenemos unos en otros como  recuerda el Papa con una claridad que no admite ninguna sombra. “Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo y, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios”. También les exhorta a difundir su fe en todos los ambientes “incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios”.
          En la inmensidad de un cielo azul donde los rayos han llevado a cabo vuelos erráticos de serpentinas durante la noche y en el sosiego de un silencio sobrecogedor se escuchan las palabras del Santo Padre abriéndose camino en el interior del alma: “Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a causas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios”.
          Los ojos abiertos hacia el futuro, los brazos tatuados, la energía de la música rockera que les acompaña siempre, el baile en las venas, la fuerza de su esperanza, su entrega sin límites. No cabe duda, un huracán arrollador de juventud se ha adentrado en el corazón del mundo.

9 de julio de 2011

Las edades de Dios en los campos de Castilla

           Passio… La luz de Dios se extiende por los campos de Castilla transformándose en presencia., introduciéndose en la plenitud de los años, en la luminosa configuración de los siglos. La tierra del mundo se abre de este modo a la misericordia de Dios, a la plenitud de su grandeza en el espejo de oro de los trigos. Es un canto de esperanza frente a la desesperación de tantos hombres sumidos en el más absoluto desamparo, sombras de sol creciendo frente a la invertebrada inercia de los políticos de turno.

           Passio… El alma de Castilla se estremece, tirita bajo el sol abriéndose en la compostura de su vientre de espigas. Es Dios que busca al hombre desde el espacio de su antigüedad, aliviando con ternura sus penas, acariciando sus dolores con silenciosa infinitud. Entre las torres, junto a  vuelos de poderosos horizontes y diapasón de ciguëñas se descubre la llamada definitiva de la pasión encendida en carteles… Passio. En la provincia de Valladolid, en Medina de Rioseco en la Iglesia de Santiago de los Caballeros y en Medina del Campo en la Iglesia de Santiago el Real,  tiene lugar la XVl edición de  Las Edades del Hombre. Se inauguró en el mes de mayo y se puede visitar hasta el mes de noviembre. Como sucede siempre con estas exposiciones constituye un auténtico lujo, un despliegue de belleza y de arte que deslumbra y conmueve al mismo tiempo siguiendo el eje vertebrador de la pasión de Cristo a través del encuentro entre las obras clásicas y contemporáneas.

En este caso, y con una dimensión de llanura infinita, el dolor se transforma en amor como expresa un texto de San Buenaventura en Medina del Campo refiriéndose a ese Dios que carga con el peso de la cruz para asumir las tragedias humanas hasta transformarse en ese abismo de luz al que hacía referencia Franz Kafka.  “Mírale con atención, aconseja el santo a los visitantes de la exposición, y esfuérzate por moverte a compasión y piedad. Mírale atentamente y considera como va encorvado y bajo la cruz y respirando angustiadamente”.

            Allí está el hombre, el Adán arrepentido a tamaño natural, llorando su dolor en el éxtasis del mármol blanco de Carrara. El vocablo hebreo de Adán significa hombre y se transforma en el protagonista aterrado del gran drama de la humanidad que destruyó de un modo trágico el sereno equilibrio del universo. Su autor es Florentino Trapero que realizó esta obra en 1969. Ecce Homo, he aquí al Hombre se explica como una gran luminaria que clarifica las sombras del recorrido tortuoso de los seres humanos. El misterio de la vida  ya puede ser alumbrado a la luz del misterio de Cristo, el hombre nuevo, rodeado por esculturas que parecen servirle de apoyo, como esa maravillosa escultura del Cristo muerto sostenido por ángeles de Diego de Siloé de 1519, el Ecce Homo de Berruguete realizado hacia 1525 o el magnífico retablo de Gregorio Fernández del Cristo crucificado que se sitúa en el primer cuarto del siglo XVll y que se encuentra en la Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol situada en Zaratán, un pequeño pueblo muy cerca de Valladolid.

En Medina de Ríoseco también se puede contemplar el Breviario de Isabel la Católica. Este manuscrito se concibió como el más lujoso de los breviarios flamencos y cada página  ha sido iluminada de un modo magistral por los mejores pintores de Flandes. La fuerza y la originalidad de sus miniaturas le convierten en un códice único. La reina recibió este manuscrito poco antes de 1497 de manos de su embajador Francisco de Rojas para conmemorar el doble matrimonio de sus hijos los infantes Juan y Juana con los del emperador Maximiliano de Austria y con objeto de celebrar los éxitos de su reinado como fueron la conquista del reino de Granada y el descubrimiento de América.
         
De igual modo constituye un regalo para el conocimiento la posibilidad de admirar el Libro de Horas de Juana I de Castilla con miniaturas de Gerard Horenbout, el mejor miniaturista flamenco del siglo XVI. Se trata de ilustraciones que se caracterizan por su realismo tridimensional. Junto a ellos se encuentra el códice de Grandes horas de Ana de Bretaña que muestra auténticas pinturas, en lugar de las habituales miniaturas, comparables a pinturas sobre tabla o lienzo y muchos otros como el Apocalipsis de 1313, el conjunto iconográfico más extenso de la Edad Media.

España es un viejo cofre desbordante de inauditos tesoros. Hace unos años tuve la oportunidad de mantener una larga conversación con el joven Juan José Güemes, Secretario general de Turismo y que mantenía una intensa vida política junto a Rodrigo Rato. En ese momento tenían planificado un magnífico proyecto de desarrollo  de un turismo de calidad estrechamente ligado a las rutas del arte que recorren como arterias el cuerpo yacente y dolorido de nuestro país… Passio.

Frente a las hordas de turistas que asolan  nuestros litorales arrasando las costas con hosco espíritu de invasores bárbaros, desnudos de equipaje y desnudos de ideas, armados hasta los dientes con botes de cervezas que transportan desde sus propios países y que practican broncos deportes como tirarse por los balcones hasta encontrar el duro abrazo de asfalto de la muerte o hasta ingresar en la larga lista de jóvenes tetrapléjicos, sería muy deseable que cuando el PP formara un nuevo gobierno dedicara especial empeño a la promoción de este turismo cultural  que ya tenían perfectamente diseñado con Castilla como mapa geográfico de importancia capital. Conviene reflexionar sobre la amarga realidad que expuso Claudio Sánchez Albornoz en el sentido de que “Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla”.

Los horizontes se mantienen en una dilatada distancia, azul del cielo, parda de tierra que se diluye como un mar sin principio ni fin, pero como ya expresaba Azorín hablando de Castilla, “no puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas, de estos barrancales pedregosos”. Y más lejos “aparece la sierra baja, hosca, sin árboles, sin viviendas. ¿Cómo es el mar? ¿Qué dice el mar? ¿Qué se hace en el mar?”. Nos envuelve el misterio.

Y mientras tanto, entre los numerosos visitantes que acuden a contemplar “Las edades del hombre” en Medina del Campo una joven pareja contempla con asombro la expresión más sublime del sacrificio de Jesucristo, su entrega como víctima para salvar a la humanidad. Leen atentamente un cartel explicativo con el enunciado “Agnus Dei”. “¿Qué significa eso” pregunta la jovencita de larga melena. Su acompañante no duda un momento. “Significa  los años de Dios”.

Los años de Dios nos recorren, sus edades nos envuelven. Son esperanza en el miedo, luz que alumbra la oscuridad de un futuro sin futuro, paz en las noches inquietas cuando la tierra se vuelve mar y la voz de Dios es un susurro de sosiego, un murmullo de olas enganchadas en la esférica posesión de la luna. Dios sobre los campos, Dios sobre el alma de Castilla, Dios en el corazón de cada hombre… Passio.

14 de junio de 2011

El corazón de Borges en La Casa de América


Veinticinco años después de su muerte Borges se sitúa más allá de la frontera de nuestras vidas, inmerso en su portentosa eternidad, y al mismo tiempo más cercano que nunca, observándonos desde la infinita oscuridad de su mirada, desafiando los moldes de la realidad establecida con la distorsión de su irónica sabiduría, estructurando pactos de silencio en búsqueda de asombrosas iluminaciones, envolviendo los erráticos caminos de nuestra sociedad  con un deslumbrante manto de erudición.

En la necesidad que nos envuelve de sentirle cerca, tan gran creador de tantas criaturas que recorren las vidas de los seres imaginarios, la Casa de América ha montado un interesante ciclo que ha seguido con gran atención un público joven y que tenía el hermoso título de “Milonga de arena, rosa y laberinto. Jorge Luis Borges 25 años después”.Le recordaron personajes tan cercanos a su propia historia como María Kodama o a su intensa creación  como Ignacio Echevarría, Marcos Ricardo Barnatán, Luis García Montero, Alberto Manguel, el escritor y editor argentino-canadiense que según afirma, “en el futuro el mero hecho de leer se convertirá en un acto de rebeldía” o el brillante escritor argentino Ricardo Piglia, ganador del Premio  Rómulo Gallegos 2011 por su novela “Blanco nocturno” y profundo conocedor de la obra de Borges a cuyos múltiples espejos ha podido acercarse a través de los distintos planos de brillantes conferencias y ensayos.

Hace ya una serie de años un amigo argentino periodista que conocía mi admiración y mis largos recorridos por el universo de Borges perdiéndome en la magia de sus laberintos, en la multiplicación permanente de inalterables presencias o en las bifurcaciones vitales de la propia realidad que engendran historias paralelas y miméticas, este amigo me hizo un regalo que conservo siempre cerca.  Se trata de “La rosa profunda”, un libro de poemas publicado en Buenos Aires en agosto de 1975  con una dedicatoria del autor, una firma de ciego sintetizada en tres trazos ininteligibles y ascendentes, una línea que se transforma en un punto sobre un plano, la realidad metafísica de Kandinsky.

En el prólogo, Borges explica que por Musa debemos entender lo que los hebreos y Milton llamaron el Espíritu y lo que nuestra triste mitología llama lo Subconsciente. Su proceso creativo, según explica, suele ser invariable: “Empiezo por divisar una forma, una suerte de isla remota, que será después un relato o una poesía. Veo el fin y veo el principio, no lo que se halla entre los dos. Esto gradualmente me es revelado, cuando los astros o el azar son propicios. Más de una vez tengo que desandar el camino por la zona de sombra. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que son lo más baladí que tenemos. El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta”.

1 de junio de 2011

La música del paro

El paro tiene música. Ronca, nostálgica, desesperada. Son cinco millones de sonidos que recorren las arterias de ese cuerpo gigantesco  que es el metro, con brazos y piernas de hierro que se extienden a lo largo de cientos de kilómetros explorando los sentimientos íntimos de la miseria humana.

Son los mismos hombres y mujeres que cantan y cantan sepultados bajo tierra durante horas en las mismas esquinas de los andenes. Son ya caras conocidas, familiares, que forman parte de ese paisaje subterráneo del alma. Nadie se indigna por ellos, no tienen espacio en las ansiedades de los jóvenes que acampan. Son extraños al mundo, emigrantes, sin rostro, sin identidad, sin papeles. Sólo cantan y cantan observando con ansiedad una humilde lata donde bailan unas solitarias monedas para poder subsistir o quizá para conservar su dignidad de seres humanos. Sueñan que trabajan, sueñan que debutan en ese escenario infernal.

A veces sus voces poseen una belleza estremecedora. Fados portugueses que vibran con dulzuras de nostalgia entre pulmones de plomo, baladas rumanas como luces de amor entre tanta oscuridad subterránea. Rostros de amores perdidos, de hijos lejanos, de padres con perfil de eternidad que viven confiados sabiendo que trabajan y que ¡al fin! han encontrado un universo nuevo y confortable que les ha recibido con los brazos abiertos como les cuentan desde los locutorios.

            Pero no, en ocasiones el metro se convierte en una noche mulata y caribeña estremeciéndose con bruscos ritmos de palmadas en el luminoso trasero de la vida. Cantan en equipo, Tito Puente, el rey de los timbales, flaco y cetrino, Charlie Sepúlveda abrazado a su trompeta sujetándose los pantalones con un viejo cinturón, Giovanni Hidalgo, congas y chekere y el tema “Obsesión” mientras pasa delante de ellos la vida atropellándoles, miles de viajeros con prisa, pisándoles el tiempo los talones y estos tíos con mambos y bebop o quien sabe, guarachas y salsas junto a las escaleras metálicas, polirritmos africanos en el otro andén, guagancós al volver el pasillo, el circo del dolor cargado de ritmo, que venga Rubalcaba a saltar un rato, que venga la Espe a bailar, que venga la clase política a darse un garbeo por el metro de incógnito, que sepan lo que es la alegre vida latiendo despreocupadamente en el corazón de España.
            Sin embargo, tranquilos, nadie les ve ni nadie les escucha, ni siquiera los miles de muchachos que mueven los brazos con tanta gracia en la superficie de la tierra recuerdan a los cinco millones de parados (a pesar de que ellos también lo están), ni señalan con el dedo al gobierno, ni tienen palabras de ánimo destinadas a los zombis que viven en las catacumbas, criando sonidos. Tranquilos, nadie los ve ni nadie los escucha.

            “The Washington Post” llevó a cabo una investigación perturbadora. Un hombre joven, vestido de negro, con una visera negra en la cabeza sacó su violín y empezó a tocar un día gélido del mes de enero en una estación de metro de Washington. Durante 45 minutos interpretó seis obras de Bach. A lo largo de ese tiempo pasaron a su lado alrededor de mil personas que se dirigían a sus trabajos. Tuvo suerte, al cabo de cuatro minutos una mujer le arrojó un dólar y siguió su camino. Poco después se paró un hombre a escuchar pero miró su reloj y siguió su camino también. El que puso más interés fue un niño de tres años que se empeñó en quedarse allí pero su madre le arrastró para seguir su camino como es lógico. Eso sí mientras andaba volvía la cabeza para escuchar. Lo mismo sucedió con otros niños que iban a la guardería. Durante ese tiempo sólo se detuvieron siete personas y otras veinte dieron dinero sin pararse. El violinista consiguió 32 dólares. Cuando terminó nadie le aplaudió, ni le miró, nadie se dio cuenta de que había dejado de tocar.

            Resulta que el artista del metro era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo tocando las obras más complejas que existen. He tenido la oportunidad de escucharle y realmente su música es de una perfección técnica y de un sentimiento conmovedor. Eso sí, tocaba en el metro con un Stradivarius valorado  en 3´5 millones de dólares. Sin embargo, tranquilos, nadie le vio ni nadie le escuchó. Bien es cierto que dos días antes de su actuación agotó las localidades un teatro de Boston con entradas que costaban una media de cien dólares.

            En esta ocasión la belleza y el talento se transformaron en sombrío vapor y el alma del violín perdió su compostura. Pero la música del paro es mucho más sencilla, se mueve en el pentagrama de la necesidad y sus notas se introducen entre las cuchilladas de la vida. Generalmente la música del paro nace y muere entre las notas broncas del acordeón.

            Pio Baroja lo sabía y por eso escribió ese sentimental elogio destinado al instrumento más humilde del mundo. Claro que cuando habla de barcos hay que contemplar vagones del metro y en lugar de un mar acerado en asfalto la sucinta dimensión de los andenes. Pero es la misma voz humilde que aburre, que cansa, que fastidia pero que alienta la hermosa transparencia de una vida vulgar.

                   

                  ELOGIO SENTIMENTAL DEL ACORDEÓN
Pío Baroja

¿No habéis visto, algún domingo, al caer la tarde, en cualquier puertecillo abandonado del Cantábrico, sobre la cubierta de un negro quechemarín, o en la borda de un patache, tres o cuatro hombres de boina que escuchan inmóviles las notas que un grumete arranca de un viejo acordeón?

Yo no sé por qué; pero esas melodías sentimentales, repetidas hasta el infinito, al anochecer, en el mar, ante el horizonte sin límites, producen una tristeza solemne.

A veces, el viejo instrumento tiene paradas, sobrealientos de asmático; a veces, la media voz de un marinero le acompaña; a veces también, la ola que sube por las gradas de la escalera del muelle y que se retira des­pués murmurando con estruendo, oculta las notas del acordeón y de la voz humana…

Pero luego aparecen nuevamente y siguen llenando con sus giros vulgares y sus vueltas conocidas el silencio de la tarde del día de fiesta, apacible y triste.

Y mientras el señorío del pueblo torna del paseo; mientras los mozos campesinos terminan el partido de pelota, y más animado está el baile en la plaza, y más llenas de gente las tabernas y las sidrerías; mientras en las callejuelas, negruzcas por la humedad, comienzan a brillar, debajo de los aleros salientes, las cansadas lámparas eléctricas, y pasan las viejas, envueltas en sus mantones, al rosario o a la novena, en el negro quechemarín, en el patache cargado de cemento, sigue el acordeón lanzando sus notas tristes, sus melodías lentas, conocidas y vulga­res, en el aire silencioso del anochecer.

¡Oh la enorme tristeza de la voz cascada, de la voz mortecina que sale del pulmón de ese plebeyo, de ese poco románticos instrumento!

Es una voz que dice algo monótono, como la misma vida, algo que no es gallardo, ni aristocrático, ni antiguo; algo que no es extraordinario, ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y los dolores cotidia­nos de la existencia.

¡Oh la extraña poesía de las cosas vulgares!

Esa voz humilde que aburre, que cansa, que fastidia al principio, revela poco a poco los secretos que oculta entre sus notas, se clarea, se transparente, y en ella se traslucen las miserias del vivir de los rudos marineros, de los infelices pescadores; las penalidades de los que luchan en el mar y en la tierra, con la vela y con la máquina; las amarguras de todos los hombres uniformados con el traje azul sufrido y pobre del trabajo.

¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas, como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles, como la zampoña o la gaita; vosotros no lle­náis de humo la cabeza de los hombres, como las estridentes cornetas o los bélicos tambores. Vosotros sois de vuestra época: humildes, sinceros, dulcemente plebeyos, quizá ridículamente plebeyos; pero vosotros decís de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una melodía vulgar, monótona, ramplona, ante el horizonte ilimitado...

16 de mayo de 2011

Editores que tachan el amor


Lo descubrí entre papeles y sin firma cuando en Madrid se iniciaba la mágica posesión de la noche. En realidad me encontré frente a frente con un deslumbrante poema y decidí llamarle “Amor tachado” porque en efecto, tachado estaba, con una línea diagonal que lo divide como una enorme herida y que constituye una muestra evidente de su inutilidad. Así que me he apresuré a abrirle de par en par las hermosas puertas de la vida on-line en homenaje a tantos poetas anónimos que se pierden por el mundo.

Vivimos en tiempos difíciles para que la belleza pueda volar libremente por los luminosos espacios de la libertad perseguida por los vuelos de los pájaros oscuros que invocan el feísmo como motor del progreso creativo. Se trata de lobbys determinantes donde la literatura se pliega a la inversión financiera, a los latidos del negocio marcados por los best-sellers prefabricados en las bodegas de las multinacionales, donde sobran magdalenas histéricas, templarios desbocados y búsquedas desesperadas de santos griales ¿Y qué falta? Falta su auténtica esencia, su elemento más dinámico y más humano que es la creatividad así como su respiración más prodigiosa que es la belleza.

Dostoievski escribió unas enigmáticas palabras en “Los hermanos Karamazov” que sobrecogen por su trascendental sentido: “La belleza salvará el mundo”. Es evidente que el ser humano tiende a la belleza, a la armonía, al asombroso descubrimiento de su propio universo interior. Es la hora de transformar nuestro propio mundo junto a la magia de un poema, la contemplación de un cuadro o el encuentro con tantas expresiones del arte que van configurando ese tesoro inapreciable que es la sensibilidad.

Señores editores, ¡cambien el chip de la banalidad! Den paso a la belleza y se encontrarán con gran número de lectores en busca de poetas anónimos. Al menos entre tanta zafiedad y entre tanta basura conseguirán que florezcan los brotes verdes de esa hermosa planta que es la dignidad.

En homenaje al amor y a aquellos editores que saben descubrirlo.

Amor tachado

Viví, amor, encardinados mis sonidos
a tu letal música de hombre,
investidos como un sauce de tormentas,
de muerte ardiendo
en el fulgor de los miedos medievales
o en la esmeralda silvestre
de un aliento.

Y eras, amor, un corazón de muchedumbres,
trepadoras de rocíos
y de palabras boreales,
de cíclopes rubios y algas atmósferas
en las azuladas espinas
de un doméstico calvario.

Te ví anunciando el mar en mi recuerdo,
en el cemento herido por tus huellas,
puede ser en las malvas caracolas
o en las arterias históricas
de un héroe
florecidas de estrellas líquidas.
En venas y en las persas soledades
erizadas de grietas y distancias
sobre el musgo del vientre de los siglos
o en crepúsculos albinos.

 No sé, no sé a qué corazón despedazaron
con esquirlas agudas de esperanzas
y otros sueños,
con los rayos frutales de la tierra
si en la goma dos aún goteaban
las tristezas más brillantes.

Y me abrazaste, una línea,
una calma del misterio,
un sollozo verde,
una gaviota encarcelada.


     (He vuelto a leer las palabras desvaídas del “Amor tachado” y me sorprende porque la escritura de su autor se parece a la mía. Debe de ser que los poetas anónimos tenemos muchos puntos en común).

28 de abril de 2011

Y Cervantes, ¡al fin!, recuperó su infancia


          Ana María Matute posee esa “hondura de infancia” que los especialistas aplicaban a García Lorca y que constituye un atributo de los grandes creadores. El Premio Cervantes  se lo tenían que haber concedido hace muchos años pero los jurados no dejan de ser terribles adultos que saben muy poco de la vida y más vale tarde que nunca. Por eso ella llegó al acto con mucha anticipación y al preguntarle los periodistas, sorprendidos por su puntualidad, explicó con su maravilloso ingenio de niña: “He venido pronto porque si vengo más tarde a lo mejor le dan el premio a otro”.

          Tuve el privilegio de conocerla hace unos años, después de que sufriera una grave enfermedad y de haber sobrevivido a las largas noches de las clínicas camufladas de fiebres y de unos amaneceres lentísimos. Pero entre tantos males, sus sueños se encontraban recorridos por las luces de su fantasía y por la urgente aparición de sus personajes que acudían a visitarla en esa maternal filiación creativa. Espasa acababa de reeditar su “Libro de juegos para los niños de los otros”, la descripción de una vida de la infancia cargada de crueldad. “Se trata de un libro bastante terrible, bastante fuerte, me comentaba, y está descrito con gran crudeza. Es realista y no lo es, tiene un punto poético y a la vez atroz. Creo que posee mucha fuerza porque en aquel momento yo me encontraba muy indignada con esas injusticias tan palpables”.

          Aquellas criaturas marginales han sido devoradas por el tiempo perdiendo su miseria y su inocencia. Ahora han desaparecido aquellas situaciones terribles y han aparecido, en una clónica repetición de la marginalidad, nuevos y dramáticos escenarios. Según me explicaba, recién aterrizada de otros mundos bienaventurados “los niños entonces tenían una mentalidad inocente, no existían tantas familias rotas y eso creaba una situación de mayor estabilidad. La familia es fundamental para que exista una armonía. Por otra parte, no se daban con tanta frecuencia los malos tratos a las mujeres y a los niños”.

          Y por supuesto no dejó de denunciar el despojo que se está llevando a cabo de los cuentos clásicos. “Los niños de aquella época se me han hecho mayores, recuerda con cierta nostalgia, y entonces no leían, pero los niños que me rodean ahora leen mucho. Sin embargo hay autores que han empezado a escribir estupideces. Como carecen de imaginación para escribir una obra propia, entran a saco en esos maravillosos cuentos clásicos que son irrepetibles”.

          En su discurso de la aceptación del Premio Cervantes, cargado de emoción y de sabiduría, explica como la aventura de vivir comienza con una frase: “Érase una vez…” y añadió dos reconfortantes realidades. Para San Juan “el que no ama está muerto” y a su vez ella remarca que “el que no inventa no vive” en una exaltación a la fantasía como motor de la propia existencia. En sus palabras no faltó un recuerdo a su amado compañero de sueños, el muñeco Gorogó que le trajo su padre de Londres y que le ha acompañado a lo largo de la vida. Ahora le esperaba en el hotel, aunque dirigiéndose a él señaló que “estás conmigo, viejo amigo, con tu ojo derecho ya nublado como el mío”.

          Sus últimas palabras de despedida consiguieron que todos los presentes llegaran a contener la respiración. Si algún día “tropiezan con una historia o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado”. Ella misma no deja de ser una bellísima invención de sus propios sueños, ese ser tiernamente humano llamado Ana María Matute.

18 de abril de 2011

La procesión de la luna

La luna de Sevilla tiene dimensión de espejo proyectada sobre un cielo añil. Es una luna redonda que parece de porcelana y paso a paso recorre los claros caminos de la noche de Sevilla hasta que se detiene a descansar, envuelta en oro, sobre los siglos de vida de la iglesia de Santa Marina, que la sostiene en el tejado con arte de costalero. Son las dos de la mañana y las cercanas iglesias parecen espantar con sus torres este fandango de sombras. Ahí están San Marcos, San Julián, San Luis o la Macarena, que se empinan para contemplar el ensayo de la cuadrilla de la Hermandad de la Resurrección, la última cofradía de la Semana Santa, que sale con el Señor Resucitado y la Virgen de la Aurora.

Curiosamente yo no he visto nunca las procesiones de Sevilla a la luz del sol sino a la luz de la luna, mientras treinta y cinco costaleros ensayaban el recorrido del paso en un laberinto blanco de callejuelas en torno a San Luis. El espectáculo, inmerso en esta luz de alabastro, resultaba tan irreal, tan mágico, que todavía sigue avanzando cada Semana Santa por esa encrucijada de caminos que recorre el alma. En el silencio profundo de la noche, mientras los vecinos avanzaban en el sueño sin sospechar que a su lado desfilaba esa fantasmal procesión, sólo se escuchaba el sonido uniforme de las alpargatas… ssst, sssst, ssssssssst… mientras temblaba la luna. Sobre el paso se amontonaban los sacos de cemento con el peso real que iba a llevar cada costalero sobre su cuello y una radio diminuta marcaba el ritmo de la música que más que oír se sentía para no despertar a los durmientes. No había belleza en aquella visión sino una especie de trágico desafío desbordante de sacrificio y la pasión de un amor que se transmite de padres a hijos con la poderosa energía de la vida.

En ese momento el capataz , taxista de profesión y costalero de pura sangre a lo largo de treinta años, pregunta: “Antonio, mi arma, ¿estás?”. Una voz contesta con firmeza: “¡Aquí estoy!”. Continúan las mismas preguntas, el mismo ritual que se mantiene a lo largo de los años y que volverás a escuchar los nietos de los nietos de estos hombres. De nuevo la energía de la orden: “¡Tós por igual! ¡Valientes! ¡A ésta es!”. Suena el martillo y la cuadrilla se levanta de un salto con tan poderoso impulso que los mil kilos del paso caen de golpe sobre sus cuellos. Es la levantá, momento vibrante en el recorrido de las cofradías, cuando tiembla el corazón al ritmo de esa fuerte sacudida. Pero ahora no hay ningún Cristo acariciando los balcones con las manos desde la cruz. No hay ninguna Virgen sufriendo penas entre el temblor de los cirios. Sólo hay planchas de acero y sacos. Se escucha el sonido del andar racheado, sordo y uniforme. El sonido del esfuerzo.

Alrededor hay colas de voluntarios que acuden con la esperanza de que alguien falle y quede un puesto libre, lo que se entiende como “pedir sitio”. Año tras año, y en cada cofradía, acuden con la renovada ilusión de formar parte de una cuadrilla. Llevan en la mano una bolsa de plástico con “la ropa”: la tela del costal, las alpargatas y la faja, armas humildes del costalero. Para el capataz, uno de los peores momentos es cuando se enfrenta a estos hombres y, después de observar su estatura entre un silencio sepulcral, elige sólo a alguno de ellos. Los demás tragan saliva y aprietan “la ropa” bajo el brazo. Tal vez el año próximo tengan más suerte. “Después de formar cuatro cuadrillas de ciento cuarenta hombres, hubo que echar p´atrás a noventa tíos”, explica apesadumbrado uno de los ayudantes del capataz.

Y da comienzo la parte más importante, “la igualá”, es decir, la operación de medir a los hombres para que la altura sea exactamente igual y todos soporten el mismo peso. Es la hora de la verdad para el capataz, porque de su elección dependerá el buen funcionamiento del paso. Coloca a los costaleros en filas de cinco, mientras mide cabezas y cuellos con perspicaz mirada. A lo largo de tres horas, baraja todas las fórmulas y termina por igualar la cuadrilla.

La disciplina es absoluta. Para la “gente de abajo” la voz de capataz dando órdenes –“derecha, adelante!” es el único contacto con la realidad. Y en los momentos difíciles, cuando los costaleros sufren, porque la palabra sufrir se ha convertido en un término habitual en su lenguaje, también es el capataz el que levanta los ánimos y marca el rumbo hasta conseguir auténticas proezas. Basta con observar las salidas de los pasos por las puertas ojivales como la de la Virgen de los Desamparados por la de San Esteban, sorteando agudas puntas que parecen puñales. Ahí los costaleros trabajan con la rodilla en tierra para no rozar el palio. Son instantes aterradores como cuando el capataz exige a sus costaleros la máxima tensión. “¡Ustedes se van a morir ahora!”.

Cada cual tiene su estilo. Un capataz mítico fue Manolo Santiago un hombre de una pieza que sabía mandar como nadie. Hablaba con el corazón, a veces llorando, sintiendo en su cuello el mismo insoportable dolor: “Lo haces por tu hijo, que al llegar a casa puedas mirarle a los ojos y decirle: “¡Vengo de llevar a la Madre de Dios!”. En el aire de Sevilla, todavía se conservan sus gritos de ánimo: “¡Matarse en la levantá!¡Valientes!”

Debajo del paso se sitúan una serie de travesaños de lado a lado, “de costero a costero”, que son las trabajaderas donde caben cinco o seis hombres y la mayoría tienen siete filas. La colocación del costal es de especial importancia para evitar que sufra el costalero. Hay que liarlo de modo que se ajuste bien la morcilla en la nuca, lugar donde cae el peso de la trabajadera. Estas morcillas pueden ir rellenas de trozos de medias de mujer, pelo de rabo de vaca, la trenza de las ristras de ajo o simple estopa.

Todavía falta un poco de luna para que sean las tres de la madrugada. Termina el ensayo y los costaleros se sientan cansados para cumplir el último ritual, es decir, el reparto de bocadillos. A mi lado un muchacho le explica al capataz: “No me puedo quedá a comer porque me voy derecho a la fábrica. Empiezo el turno a las cuatro”. Ahora, mientras inician las estrellas sus extrañas danzas, para muchos de estos hombres, que sólo duermen tres horas, comienza una nueva batalla, la del sueño.

Los costaleros viven experiencias tan intensas que en ocasiones se les saltan las lágrimas. “Una vez nos quedamos de piedra, explica uno de ellos.. Se nos acercó una prostituta, levantó el faldón y a los de primera fila nos roció de perfume. Se nos hizo un nudo en la garganta. También me impresionó una viejecita que nos dejó en la mano un billete. “Es todo lo que tengo”, dijo. Puedo decir que la mejor levantá de la noche fue para ella”.

“Hay quien nos llama locos perdíos, explica Miguel Angel, vendedor de veintinueve años. He llegado a hacer locuras en mi trabajo para poder compaginarlo con esto. Lo llevo muy dentro y con lo único que luchas es con el corazón. Bajo las trabajadoras se juntan el magistrado y el parado. Yo me siento primero cristiano y después cofrade pero ahí abajo hay gente que ni siquiera es católica. Nuestro Padre Jesús estará contento de que, de una forma u otra, se le acerquen”.

Por el aire de Sevilla suena una copla: “La Virgen del Patrocinio dice al celestial portero: “¡San Pedro, déjalo entrar, que éste fue mi costalero!” “. Bailan en el cielo nombres de antiguos veteranos: Cerrojo, Sacramento, Catafra, el Farolero, el Gaseosero… mientras se escucha la voz del contraguía que parece empujar el paso. “¡Vámonos!”. Y la procesión de la luna se pone en marcha.

10 de abril de 2011

La revolución de las camisetas

No puedo respirar. Tengo arritmia. Me encierro en mi palacio color de rosa (véase su hermosa disposición arquitectónica en Jaipur, India) y cubro las celosías con un papel adhesivo del color de la bienvenida, es decir, del color del chicle, lo que proporciona a mi alrededor una atmósfera bastante friki. Bastante entrañable.
        
Es decir, ya no penetra ni por un resquicio el aire universal, el aire completamente contaminado por la corrupción que nos envuelve y que se pasea tranquilamente por el norte y por el sur de la península ibérica hasta posarse con soltura de buitre en lo alto de la cresta de la Junta de Andalucía o bajo el sol mediterráneo de los cielos de Valencia. Ahora sólo recorren mi vida los vientos purificadores que nacen y mueren entre las sombras del corazón. La existencia continúa su ritmo con algunos latidos de esperanza.

¿Qué fue de aquella España conquistadora donde al sol le costaba recorrer las largas extensiones de sus dominios y llegaba sudando al límite de sus tierras buscando con desesperación el resplandor de la luna? Si alguien no lo remedia y no parece que haya muchos voluntarios, ni muchas entidades financieras dispuestas a inmolarse por el bien del país (véase el ejemplo de generosidad que han proporcionado al mundo los ciudadanos japoneses abrazados a su propia tragedia. Me consta que varios altos directivos que trabajaban en empresas multinacionales han renunciado a sus bien remunerados puestos y han regresado con sus familias a Japón para contribuir a la reconstrucción de las heridas del alma). Si alguien no lo remedia, y desde luego no va a ser la ministra Salgado que se pasea con su dorado resplandor entre las más negras pesadillas de nuestros sueños mientras nos anuncia con su risita nerviosa las desgarradoras tragedias que produce el paro, tendremos que ser rescatados después de precipitarnos en caída libre por uno de esos acantilados, eso sí, bellísimos y abruptos, como los que prefiguran la Costa da Morte.

¿Qué fue de aquella España protagonista del Siglo de Oro que asombró al mundo por su riqueza cultural, por la calidad de su literatura, por la proyección de su humanidad, por el despejado horizonte que se alimentaba de la riqueza de su propio espíritu? En esa aldea torva y mediática en que nos hemos transformado triunfa el cínico espectáculo  que todos hemos contribuido a crear, de manera especial nuestros políticos, desarrollando la parte más soez e inhumana de nuestra sociedad. Las colas para ver la película de Torrente dan la vuelta a las manzanas, la Belén Esteban enarbola la bandera de la indignidad y hasta Paquirrín llegará a ser alcalde cualquier día de estos.

La torpeza de nuestra clase política resulta inviable y la de los ciudadanos también, aunque de vez en cuando se puede contemplar a gente embutida en una camiseta que refleja sobre la columna vertebral de las abdominales su propia situación anímica de tal modo que anuncia al mundo: “¡Yo no voté a Zapatero!”. Se trata de una especie de catarsis, un salto mortal hacia un nuevo universo mientras que algún que otro ciudadano se apunta con otro modelo de camiseta hacia “la rebelión cívica” en un intento desesperado de indignación a la española en la línea del gran fenómeno editorial “Indignaos” escrito por Stéphane Hessel, judío alemán nacionalizado francés, que ha vendido un millón de ejemplares mientras sacudía con la violencia arrolladora de sus argumentos el pequeño espacio de un millón de conciencias.

También España vive sufriendo un violento acceso de cólera cuyo estallido puede resultar imprevisible. La degradación económica es una hecho pero todavía resulta más grave la degradación moral, la degradación ética, la degradación estética, la degradación humana del ser humano.

Ayer me encontré en Madrid recorriendo la acera de los Nuevos Ministerios una “manifestación de los ninis”, jóvenes con las carreras recién terminadas que ni tienen trabajo, ni tienen casa, ni tienen sueños, ni tienen amor. Llevaban al hombro pancartas que parecían desgarrar sus jóvenes corazones. No eran como los muchachitos del 68 que reivindicaban ensueños de libertad. En sus camisetas sólo pedían trabajo, sin importarles ni sueldos ni horarios. Igual que los torerillos espontáneos que buscaban regar el albero con su propia sangre, también nuestros jóvenes tan sólo piden que se les conceda una oportunidad para poder demostrar que saben enfrentarse a ese toro cetrino de la vida. Son las víctimas inmediatas de nuestros torpes políticos

Mientras tanto ellos se pelean para poder conservar sus bien ganados privilegios viajando en business. Cada eurodiputado se gasta en un viaje vip 1.512 euros ¡Con la que está cayendo! Sólo cuatro de ellos votaron en contra de esta medida, aunque Rosa Estarás del PP de Baleares anunció que se había tratado de una confusión. No, ella no había querido votar que no, había querido votar que sí, pero ¡ay! se había confundido. Añadió muy compungida que sus compañeros de partido le habían llamado “esquirol” (véase lo que les puede suceder a los compañeros de partido cuando se entere la Aído que no le han llamado “esquirola”, término justo dada su condición femenina).

Al mismo tiempo  David Cameron viaja a Granada en una visita privada para celebrar el cuarenta cumpleaños de su esposa. Por supuesto en un vuelo de bajo coste, en Ryanair, es decir, como cualquiera. Se alojaron en el Carmen de la Alcubilla del Caracol, con tres estrellas en la solapa que pagó Cameron de su bolsillo, situado a diez minutos andando hasta la Alhambra, con la sombra de Sierra Nevada persiguiéndoles por las callejuelas. En el propio hotel les recomendaron visitar  el municipio de Güejar Sierra. Allí tomaron dos cafés, dos euros, y les invitaron a probar un dulce tradicional por haber llegado a tiempo a la semana cultural del pueblo. Después comieron en un merendero y cenaron  en el Albaicín. Preguntaron cortésmente si tenían una mesa disponible en el restaurante y ellos mismos se llevaron sus copas de vino. La cuenta no llegó a los cincuenta euros. El dueño todavía no se lo cree, como explica en El Mundo.  “Parece una tontería pero con los políticos locales estamos acostumbrados al mando y servicio. Llegan, ocupan la mejor mesa y hay que corregirlos discretamente porque la secretaria les había reservado otra. Ellos llegaron y preguntaron si había sitio. Es un poco triste que llame la atención”. En fin, una alegra y plácida velada y una inolvidable lección de sobriedad.

Claro que también nos enteramos ese mismo día de que Chaves presentó a su hijo a un inmobiliario que le contrató y que Camps impone al PP unas listas con nueve implicados por corrupción. Una delicia.

Y en Madrid un sol incandescente como una llamarada se suma a la manifestación de las Victimas del Terrorismo. Millares de personas, millares de esperanzas que piden a gritos el final de las treguas trampa. Hay muchas fotos de jóvenes caídos por los fogonazos de las balas que nos contemplan detrás de sus sonrisas con miradas radiantes de eternidad. Bastantes caras conocidas con vaqueros y camisas de cuadros y Rajoy, como siempre, perdido en combate. Los gritos más repetidos Za-pa-te-ro-di-mi-sión y Ru-bal-ca-ba-a-pri-sión se vuelven una amarga sinfonía. ¡No más mentiras! gritan las conciencias. Alguien recuerda que en el caso Watergate, en el impeachment, aquel célebre proceso tan cinematográfico contra Nixon, el presidente tuvo que hacer las maletas y salir por la puerta de atrás de la Casa Blanca. La razón fue que había mentido al pueblo soberano.

Somos nosotros ahora, deslumbrados por esa terrible luz que nos envuelve, conmovidos por tantas risueñas miradas que nos contemplan bajo la tierra de nuestra memoria, somos nosotros ese pueblo soberano que busca recuperar su propia dignidad. Walt Whitman desde la profundidad de su “Canto a mí mismo”, canta…”Miro hacia atrás/ y me veo en la niebla discutiendo con satíricos y sofistas / Pero yo no he venido a disputar ni a escarnecer / Estoy aquí observando y…¡espero!”. Siempre la esperanza como una luna abierta hacia un futuro que puede ser nuestro. Todavía hay remedio.

24 de marzo de 2011

Dragones en el corazón


          El mundo se encuentra lleno de dragones. Se arrastran por los laberintos de las callejuelas de las grandes ciudades, se vuelven traslúcidos como el aire, se acomodan entre las chimeneas de los vientos y llegan a sentarse sin ningún pudor entre las bancadas del Congreso. Son dragones feroces que sólo piensan en devorar los sueños de los hombres, se alimentan de terribles despojos, de inicuas hipotecas y de ERES humillantes. Son sombras poderosas que se transmutan en diputados complacientes, en jueces que ni ven, ni oyen, desnudos como amebas ante la luz del sol.

 
          Roland Joffé al que creíamos ya desaparecido en las noches del olvido después de haber cumplido su misión y de haber escuchado atentamente los gritos jadeantes del silencio, resulta que ha resucitado dirigiendo una película magistral que lleva por título "Encontrarás dragones", o bien "There be dragons", titulo destinado al mundo mundial. En un interesante coloquio que mantuvo con los lectores de El Mundo digital explicó como habían venido al mundo esas monstruosas criaturas engendradas en la íntima complejidad de su pensamiento. En la Edad Media, en aquella emocionante cartografía que nos situaba en los límites del conocimiento, cuando sus autores se encontraban con territorios desconocidos y por lo tanto terribles, consignaban: "Aquí hay dragones". Representaban la escenificación del misterio.

          Las pequeñas criaturas de dragones se asoman a la dimensión del universo entre la cálida urdimbre de nuestro propio corazón. Y crecen, crecen y crecen en un desajuste doméstico que nos hace vacilar y que Joffé los asemeja a los propios miedos, a los complejos de inferioridad que nos paralizan, a la esclavitud del instinto del poder o a las constantes cadenas con las que hay que luchar con denuedo para poder adquirir el vuelo de la libertad. En esta película se describe la fuerza de la luz y la atracción de las sombras en un paralelismo vital donde dos personajes se asoman al vértigo  del mundo. Escrivá de Balaguer en la fuerza deslumbrante de la llamada de Dios para fundar el Opus Dei, un punto de encuentro con la eternidad en el trabajo de cada día. Manolo Torres en el abismo de traiciones que configuran el escenario de una brutal confontración civil.


           Y entre tantos vaivenes la reconfortante presencia del amor sobre la dimensión de la muerte. La vida misma. Nadie vive solo. Nadie se salva ni se condena solo en un ejercicio de inhumana soledad. Joffé se basa en una expresión del poeta inglés John Donne: "Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo. Todo hombre es un fragmento del continente, una parte del conjunto". Por eso considera "que es necesario representar a las personas en su contexto y el contexto suelen ser otras personas. Podríamos llamarlo geografía personal en lugar de geografía física". Curiosamente los lectores se interesan por una misma idea expresada en distintos planteamientos. Después de sus investigaciones, ¿qué le llama la atención de aquel jovencísimo personaje que después llegaría a ser santo? "Sobre todo su sentido del humor, su amor por la vida, su amor por la gente".


          Mientras tanto los dragones continúan recorriendo el mundo, se vuelven luces de colores, fuegos artificiales sobre los cielos oscuros como definía Gadafi a la gran fiesta de los misiles. Y quizá algunos niños libios, absortos y maravillados por aquel espectáculo de dibujos animados no puedan comprender por qué han dejado de  respirar mientras escuchan con asombro los sollozos de sus padres. No saben que son los protagonistas infantiles de una hermosa misión humanitaria que encabezó un día Zapatero con una bandera donde se podía leer: "¡No a la guerra!". Tampoco saben que los dragones llevan corbata y que algunos de ellos tienen los ojos tan claros como las nubes.

17 de marzo de 2011

El Palacio de los Vientos


Críticas Literarias

“Una interesante novela llena de sorpresas y hallazgos literarios. Brillantemente escrita, además”

Luis María ANSON, de la Real Academia Española

“El Palacio de los Vientos logra captar, a través de personajes memorables y nada convencionales, la aventura prodigiosa de la existencia. Una grata sorpresa que a ningún lector exigente defraudará”

Juan Manuel DE PRADA

“Narradora de raza, tiene la virtud de embaucar desde el primer capítulo”

Antonio BERNABÉU

“Se puede hablar de la fuerza primordial del mito. El resultado es un estallido verbal donde se encuentran imágenes de deslumbrante belleza. La plenitud en la narración viene determinada por los personajes y la intensa descripción que se hace de cada uno de ellos”

Juan Ángel JURISTO

“Allí donde da vuelta el aire de los recuerdos, allá lejos donde alguna vez habitó el olvido, allá en el “Palacio de los Vientos” ha situado RME, un territorio mítico y macondiano (con menos lluvia, eso sí) donde la periodista de raza que fue RME mueve los muchos hilos de una saga familiar malherida por la incomunicación y la soledad a la que al final redimirá el amor. El P. de los V. es un bullicioso torrente de imágenes, de emociones, de prosa desbordante”

Manuel de LA FUENTE