Las nuevas generaciones han crecido imparables, arrolladoras, con la bandera de sus pocos años ondeando al viento mientras el mundo les contempla con desconcertante asombro. Son los dueños del futuro y han recorrido todos los caminos de la tierra en una bulliciosa y alegre manifestación de libertad. Frente al desaliento y el desencanto de sus mayores, tantas veces prisioneros en sus limitados recintos interiores, estos muchachos que peregrinan por la vida han sabido transmitir a los cuatro vientos, transformado ya en un lugar emblemático que pasará a la historia, la frescura de su corazón.
Ellos no están de acuerdo con la sociedad que han heredado de sus padres pero sin embargo no se indignan, no queman coches, ni edificios, no intentan encontrar en la violencia la solución de sus terribles vacíos. Simplemente se ponen en marcha y recorren pacíficamente miles de kilómetros en busca de la verdad. Todos ellos necesitan asomarse a ese abismo de luz, como el escritor judío Franz Kafka transformado en la voz dramática del siglo XX, definía a Jesucristo. Han estado muy cerca del sol y de la lluvia, han permanecido días durmiendo al raso, muchos de ellos han pasado hambre y sed como aquellas muchedumbres que seguían al Maestro durante días. Solo que entonces se trataba de cinco mil personas y ahora se han multiplicado en varios millones. No les ha importado en absoluto ni el cansancio ni el esfuerzo. Se han ayudado unos a otros como podían, convirtiéndose en improvisados voluntarios y dando una impagable lección de generosidad junto a los 22.500 jóvenes de distintos países que se ofrecieron durante meses a la organización, entregándoles lo mejor que tenían, su tiempo, su esfuerzo y su desbordante cordialidad. No dejaba de resultar gracioso contemplar, pocas horas antes de que finalizaran
la JMJ, la imagen de algunos de estos muchachos completamente dormidos buscando el apoyo solidario de los árboles después de muchas noches de duro trabajo.
Benedicto XVI no ha rebajado en ningún momento el mensaje exigente de las palabras de Cristo para acercarse a sus jóvenes oyentes. Al contrario, ha insistido una y otra vez que su seguimiento plantea un compromiso radical, lleno de fuerza y de vida, basado en la alegría, una alegría que constituye la expresión más íntima y conmovedora del amor. En este sentido no ha dejado de explicarles que “precisamente ahora que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida”.
El Santo Padre es consciente de las dificultades con las que se van a encontrar muchos de estos chicos cuando lleguen a sus propios países, como es el caso de los varios centenares de chinos que han asistido a estas jornadas sin que se haga público en ningún momento su nombre para evitar problemas a su regreso. Por lo tanto les recomienda “que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.
Les recuerda que Dios tiene un proyecto de vida para cada ser humano y que a muchos de ellos les conducirá hacia el matrimonio. “Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y la bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial”.
En Cuatro Vientos y ante millares de jóvenes que componían en la dimensión de aquella dilatada llanura la percepción de un mar intensamente humano, Benedicto XVI resaltó con gran fuerza el papel de
la Iglesia señalando que “no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como “su” Iglesia. No se puede separar a Cristo de
la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo”. En este sentido también quiso destacar que “no se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir “por su cuenta” o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”.
Todos nos necesitamos unos a otros, todos nos sostenemos unos en otros como recuerda el Papa con una claridad que no admite ninguna sombra. “Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido que améis a
la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo y, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en
la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de
la Palabra de Dios”. También les exhorta a difundir su fe en todos los ambientes “incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios”.
En la inmensidad de un cielo azul donde los rayos han llevado a cabo vuelos erráticos de serpentinas durante la noche y en el sosiego de un silencio sobrecogedor se escuchan las palabras del Santo Padre abriéndose camino en el interior del alma: “Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a
la Iglesia: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a causas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios”.
Los ojos abiertos hacia el futuro, los brazos tatuados, la energía de la música rockera que les acompaña siempre, el baile en las venas, la fuerza de su esperanza, su entrega sin límites. No cabe duda, un huracán arrollador de juventud se ha adentrado en el corazón del mundo.
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