Lo descubrí entre papeles y sin firma cuando en Madrid se iniciaba la mágica posesión de
la noche. En realidad me encontré frente a frente con un deslumbrante poema y decidí llamarle “Amor tachado” porque en efecto, tachado estaba, con una línea diagonal que lo divide como una enorme herida y que constituye una muestra evidente de su inutilidad. Así que me he apresuré a abrirle de par en par las hermosas puertas de la vida on-line en homenaje a tantos poetas anónimos que se pierden por el mundo
.
Vivimos en tiempos difíciles para que la belleza pueda volar libremente por los luminosos espacios de la libertad perseguida por los vuelos de los pájaros oscuros que invocan el feísmo como motor del progreso creativo. Se trata de lobbys determinantes donde la literatura se pliega a la inversión financiera, a los latidos del negocio marcados por los best-sellers prefabricados en las bodegas de las multinacionales, donde sobran magdalenas histéricas, templarios desbocados y búsquedas desesperadas de santos griales ¿Y qué falta? Falta su auténtica esencia, su elemento más dinámico y más humano que es la creatividad así como su respiración más prodigiosa que es la belleza.
Dostoievski escribió unas enigmáticas palabras en “Los hermanos Karamazov” que sobrecogen por su trascendental sentido: “La belleza salvará el mundo”. Es evidente que el ser humano tiende a la belleza, a la armonía, al asombroso descubrimiento de su propio universo interior. Es la hora de transformar nuestro propio mundo junto a la magia de un poema, la contemplación de un cuadro o el encuentro con tantas expresiones del arte que van configurando ese tesoro inapreciable que es la sensibilidad.
Señores editores, ¡cambien el chip de la banalidad! Den paso a la belleza y se encontrarán con gran número de lectores en busca de poetas anónimos. Al menos entre tanta zafiedad y entre tanta basura conseguirán que florezcan los brotes verdes de esa hermosa planta que es la dignidad.
En homenaje al amor y a aquellos editores que saben descubrirlo.
Amor tachado
Viví, amor, encardinados mis sonidos
a tu letal música de hombre,
investidos como un sauce de tormentas,
de muerte ardiendo
en el fulgor de los miedos medievales
o en la esmeralda silvestre
de un aliento.
Y eras, amor, un corazón de muchedumbres,
trepadoras de rocíos
y de palabras boreales,
de cíclopes rubios y algas atmósferas
en las azuladas espinas
de un doméstico calvario.
Te ví anunciando el mar en mi recuerdo,
en el cemento herido por tus huellas,
puede ser en las malvas caracolas
o en las arterias históricas
de un héroe
florecidas de estrellas líquidas.
En venas y en las persas soledades
erizadas de grietas y distancias
sobre el musgo del vientre de los siglos
o en crepúsculos albinos.
No sé, no sé a qué corazón despedazaron
con esquirlas agudas de esperanzas
y otros sueños,
con los rayos frutales de la tierra
si en la goma dos aún goteaban
las tristezas más brillantes.
Y me abrazaste, una línea,
una calma del misterio,
un sollozo verde,
una gaviota encarcelada.
(He vuelto a leer las palabras desvaídas del “Amor tachado” y me sorprende porque la escritura de su autor se parece a
la mía. Debe de ser que los poetas anónimos tenemos muchos puntos en común).